10 mar 2016

Un espejo para liberarnos

 



dia_contornoEn el tramo final de la cuaresma, el evangelio de la mujer pecadora (cfr. Jn 8,1-11) pone a Jesús sobre las cuerdas. Los fariseos utilizan este caso para tender nuevamente una trampa a Jesús. A ellos no les importa la mujer, simplemente es una pelota en sus manos para ir a destruir su objetivo y poder acusarle según la respuesta que dé el Maestro. Si Jesús se pone del lado de la mujer, entonces está en contra de la ley. Y entonces tendrás una razón más que suficiente para denostarlo como profeta y como Mesías. Pero si se coloca en contra de la mujer, entonces contradice su propia doctrina del perdón. Jesús no se deja acorralar: actúa desde su indiscutible libertad interior.
Jesús hace algo muy simple y sabio: deja estar a los acusadores y les da la vuelta a sus propios pensamientos. El pecado de la mujer se convierte en un gran “espejo” en el que cada uno ve reflejada su propia debilidad. La barrera de seguridad desaparece, los acusadores se ponen al nivel de la acusada. Jesús les obliga a que se sitúen en su propia verdad y a que permanezcan en ellos mismos en lugar de proyectar sus propios deseos sexuales hacia la mujer y desviarse de sí mismos. Él se inclina y escribe con el dedo en la tierra. No “vigila” el reconocimiento de sus pecados. Respeta a la persona y a cada persona, sin echar nada en cara. Ellos mismos han vivido el fuerte contraste con su pecado y su realidad.
Lo que entorpece el perdón
Quizá Jesús tenía en mente al profeta Jeremías: “Los que se apartan de ti serán escritos en el polvo, porque abandonaron al Señor, manantial de agua viva” (Jer 17,13). Se trata de un comportamiento alegórico, que muestra a los fariseos cuánto han abandonado ellos a Yahvé, el verdadero Dios, el manantial de agua viva, y cómo se han entregado a la letra de la ley. Esta reflexión enlaza con el texto precedente, el encuentro de Jesús con la Samaritana. Él ha hablado de una fuente agua viva que brota en su interior y en el de todos los que creen. Quien no cree se reseca y se vuelve duro de corazón.
Al final, Jesús se queda solo con la mujer. San Agustín dice de esta imagen: “Los que se quedaron fueron dos, lo digno de misericordia y la misericordia”. Los pobres y quien tiene un corazón para ellos. Perdona a la mujer y la anima a que no peque más: “Tampoco yo te condeno. Puedes irte, y no vuelvas a pecar (Jn 8,11). No la obliga al remordimiento como tarea contra su autoestimas, sino que le da confianza y seguridad en el camino futuro. La libera para proyectar una vida nueva.
Solo Dios puede perdonar porque solo Él es rico en misericordia. Contrastémoslo con nuestra manera de perdonar, como hace Josep Otón en La mística de la Palabra: “Cuando nosotros nos proponemos perdonar a alguien, tenemos que enfrentarnos a nuestras emociones –el miedo, la rabia, la envidia o la amargura-, que entorpecen nuestra decisión. O, por el contrario, podemos hacerlo desde un cierto sentimiento de superioridad, disculpando los errores ajenos por haber sido cometidos desde el desconocimiento, la debilidad o la indolencia”.
“Podría haber sido una de ellas”
Santa María Micaela del Santísimo Sacramento proclamaba en el siglo XIX: “La caridad todo los sufre, todo lo tolera, lo juzga bueno y de nadie piensa mal”. Mujer de la alta sociedad madrileña de su época, a pesar de la oposición de su familia, comienza a trabajar y devolver la dignidad a las mujeres más marginadas de la capital. La santa tendrá que vender su caballo y empeñar sus joyas, su vajilla y equipaje para poder sostener la casa de mujeres que ha abierto, embrión de la Congregación de las Adoratrices. Poco a poco acostumbrará a las residentes a trabajar para que se ganen la vida honradamente con los oficios de su tiempo: coser, guisar, planchar, bordar, hacer guantes, e incluso con la música. También las enseñará a leer y a escribir.
Hoy esta labor la continúan sus religiosas. Ellas saben bien por experiencia que mirar el futuro con optimismo y esperanza, a pesar de las experiencias traumáticas que han sufrido, es una de las características de las mujeres supervivientes de la trata. Ofrecerles una relación de aceptación incondicional constituye la clave para favorecer sus procesos de crecimiento y desarrollo personal.
Así lo testimonia una mujer moldava que participa en el Proyecto Esperanza de las adoratrices: “Después de todo lo que he vivido estoy bien, intento no recordar todo lo que ha pasado y me encuentro muy bien. He conseguido lo que quería, sé que soy libre y puedo hacer lo que me gusta y nadie me puede hacer daño y herir. Lo he conseguido luchando, intentando olvidar el pasado y vivir el presente, trabajar, hacer cosas que me gustan”.
Dibu: Patxi Velasco FANO
Texto: Fernando Cordero ss.cc.
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